Historia de la Cultura

Historia de la Cultura

domingo, 18 de junio de 2017

Los monasterios, constructores de civilización.(Introducción)

     Los monjes dieron a la Iglesia un contingente de misioneros para la conversión de Europa. Pero no solamente predicaban los evangelios, sino que rellenaban pantanos, fundaban escuelas, experimentaban con nuevas técnicas agrícolas y construían monasterios alrededor de los cuales crecían ciudades pequeñas como la de York o grandes como la de París.
     En los “scriptoriums” (el término monástico equivalente a bibliotecas de investigación), escribieron copias perdurables de los libros griegos y romanos, conservando esta herencia del saber para todos nosotros. Hicieron todo esto convencidos de que el Espíritu de Dios era la civilización del mundo. (…)
     Eran microcosmos en los que los hombres y mujeres allí reunidos se entregaban al trabajo y la oración. En un mundo bárbaro, fueron los que preservaron la cultura clásica para los siglos venideros. (…)
      Personas que voluntariamente han abandonado la sociedad para retirarse a meditar y orar en soledad, son los ermitaños y anacoretas, con ellos comenzó la vida monacal. En algunos casos, prefirieron agruparse en pequeñas comunidades en las que trataron de alcanzar estos mismos objetivos; de esta manera surgieron los monasterios, pequeños microcosmos autosuficientes, que se regían por sus propias reglas.

















San Agustín, un hombre para su tiempo y para todos los tiempos.


SAN AGUSTÍN DE HIPONA (354-430)

Obispo, brillante filósofo y maestro de retórica. Su vida apasionante, cruzó desde el paganismo y la herejía hasta la conversión al cristianismo y la dedicación a buscar la síntesis entre Fe y Razón que condujera al hombre hacia la Sabiduría, pero por sobre todo, hacia la Verdad que en Dios encuentra su Fin último.

Consideremos en su contexto: las invasiones de los bárbaros asolan el Imperio Romano y la decadencia del mismo arrastra todo el orbe conocido. El cristianismo es religión oficial del Imperio y existen tensiones entre los cristianos por definir el dogma frente a las herejías. Así, la primera filosofía cristiana: la Patrística, acepta la filosofía grecolatina y la depura,  para sintetizarla con la Fe. 


Para saber más sobre su vida y pensamiento:
Para deleitarse con una hermosa recreación de su vida y pensamiento:
“San Agustín” 2010 Dir. Christian Duguay.


                                                  Homilía del Amor. S. Agustín (fragmento film)

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Texto de cátedra: San Agustín y la Patrística.

Por: Prof. Dra. Teresa Dabusti.

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P. Donato Jiménez Sanz OAR 2004, “San Agustín de Hipona, profesor, maestro, pedagogo.”  Lima.
  Muchos títulos con toda propiedad y mérito le son aplicados a San Agustín por los más altos pensadores y los más hondos sentidores de todos los tiempos. Igualmente, se le ha dado con todo mérito y propiedad, también el de “primer pedagogo moderno”.[1]
  Enseñar y aprender fue la actividad de su vida. Aprender para enseñar, y enseñar para aprender. Plus amo discere quam docere: Quiero más aprender que enseñar, y así lo confieso, escribe al distinguido tribuno Dulcicio.[2] A mí, me place más oír al Maestro que ser oído como maestro.[3]
(…)  1. Principio pedagógico.- Un principio pedagógico agustiniano es más la libera curiositas que la meticulosa necessitas.[4] Es decir, más la afición libre que la obligada exigencia. Lo expresa S. Agustín por experiencia propia. Mas la educación –educere, sacar de– es dura labranza que empeña frutos de verano, pero se hace con no pequeños sacrificios de invierno y entrega perseverante. “Educar significa sacar el corazón del formando de una situación de presente para llevarlo más allá, hacia su futuro como persona y como miembro de una comunidad”.[5]
El tema es la educación agustiniana y, completando el principio, se me ha propuesto como lema, una entre los miles de bellísimas reglas del pensamiento de Agustín. Resuene ya en los oídos de muchos, la cadenciosa y musical retórica agustiniana: Nec attendas quam illi sis molestus, sed quam tibi ille sit dilectus[6]. Dice al profesor: No te importe cuán molesto puedas serle tú a él, sino cuán amable debe serte él a ti.
Objetivo inequívoco de Agustín fue formar personas. Y personas cristianas, razón última de toda su antropología. Sus valores fueron los de la persona. Empezando por la búsqueda de la verdad, estuviera donde estuviere: Veritas nec mea sit propria, nec tua, ut et tua sit et mea [7]: La verdad no es mía ni tuya para que sea tuya y mía.
 “Los alumnos enseñan a través de sus maestros lo que aprenden de ellos, y los maestros aprenden en aquellos lo mismo que les enseñan. Por la identificación que confiere el afecto mutuo se hacen nuevas en ambos las antiguas verdades trasmitidas”.[8]
El oficio de maestro será trasmitir ciencia y sabiduría para llevar a la Sabiduría. “¿Y qué debemos entender por sabiduría sino la Sabiduría de Dios?” ¿Y qué es la sabiduría de Dios sino la Verdad? Donde encontré la verdad allí encontré la verdad.[9] Y la verdad consiste en una suprema Medida –summum modum–. O, con la multisecular palabra escolástica, sublimada, la adaequatio. Y siendo suprema y perfecta, es también verdadera Medida. Medida y Verdad coinciden. Quien por la verdad, pues, viniere a la suprema Medida, beatus est, ese es el hombre feliz. Esto es poseer a Dios –Deum habere–. Y eso es gozar de Dios –Deo frui– [10]. Porque Dios es la medida del hombre. Y nadie puede llenar al hombre, sino el que creó al hombre.
Su honradez como profesor le hace ser necesariamente honrado como pedagogo. En la pedagogía de S. Agustín vale distinguir dos tiempos que se imbrican; en uno acentúa la enseñanza humanista; en otro afirma sobre todo la formación ascética. En ambos, lo decisivo es la conciencia moral, que ilumina nuestra inteligencia y en esa luz nos hace conocer la Ley eterna. [11]
No descuidará la cultura, ni la ciencia, ni la elocuencia ni la retórica para la vida espiritual. Todo es puesto al servicio de la salvación. Lo intuyó claramente Sta. Mónica para su hijo.[12] Lo ejerció admirablemente en toda su obra S. Agustín.
Lo decisivo es la formación de la voluntad. Para que los tiempos sean mejores, formemos voluntades buenas. Nos sumus tempora; quales sumus, talia sunt tempora. Serán los tiempos como los hagamos nosotros. Utinam non abundarent mali, et non abundarent mala: Si no abundaran los malos, no abundarían los males. “Homines sunt voluntates” (Civ Dei XIV, 6), ha quedado como universal máxima culta, en el sentido de que la voluntad y la disciplina son capaces de lo que parece inalcanzable. O dicho como sentencia: Hacer puedo lo que quiero, si quiero hacer lo que puedo (Ep. 10, 1). [13] No se imponga, pues, la actitud fatalista, ni la simple ocurrencia; sino iluminar cualquier circunstancia desde perspectiva inteligente y propósito responsable.
Cuanto más capaz es uno de entender una cosa, tanto más apto es para enseñársela a los demás.[14] Sentencia que ya profesaba Aristóteles: el poder enseñar es lo que distingue al que sabe del que no sabe (Metaf. A 1).
El estudio y el saber no pueden menos que conducir a la sabiduría de Dios. Los saberes que no conducen a Dios, no solo desconocen la fuente, sino que no alcanzan su meta. O sea: es saber muy poco, o es un pobre saber. (…)
2. Enseñanza agustiniana.- La enseñanza y la pedagogía agustiniana está sembrada a través del anchísimo campo de sus obras. Hay muchos estudios y muy valiosos sobre los principios, método, pautas y aplicación de la rica pedagogía del Hiponense. S. Agustín recogió lo mejor de la pedagogía griega y latina; y la cristianizó al poner a Cristo como fundamento y culmen de toda enseñanza y de todo aprendizaje de sabiduría.
En tres obras se halla tratado principalmente el tema de la educación y la enseñanza. La primera es el libro De Magistro, (c. 389) escrito, en Tagaste, al año o poco más, de venir bautizado de Milán. Es un diálogo entre Agustín y su hijo Adeodato. Este, con apenas quince años y su ingenio, aventajaba a muchos varones doctos y graves: “Vos sabéis, confiesa Agustín ante Dios, que son suyas todas aquellas sentencias que puse en su boca, cuando corría sus dieciséis años”.[15]
La enseñanza, dice en De Magistro, se realiza por el lenguaje que el maestro trasmite al discípulo. ¿Pero se da esta trasmisión?
No entramos aquí en la teoría tan influida de platonismo y desarrollada en De Magistro sobre el aprendizaje. Si un alumno aprende la definición de una idea, dice S. Agustín, es porque, de alguna forma, poseía en la mente la idea propuesta. Si no, nada entendería. Por tanto la palabra en la enseñanza es insuficiente. ¿Se puede enseñar? Sí, claro. ¿Aprender? Por supuesto. El alumno aprende de las palabras, de los demás signos y de los gestos.
Pero de modo principal, en virtud de una propiedad de la mente, por una intuición en la que se manifiesta la Verdad. Comprendemos las cosas en nuestra inteligencia, no por la voz exterior de quien nos habla, sino consultando interiormente la voz que habla en nuestra mente. El maestro exterior es más bien un ministro. El verdadero Maestro es Jesucristo.
Otro libro es el De doctrina christiana (c. 397). Es una introducción a la Sda. Escritura y una enseñanza de los modos de predicación sobre ella. Se trata de encontrar un método –modus inveniendi– para saber lo que quiere decir; y encontrar otro método –modus proferendi– para exponer lo entendido.[16] “El hilo conductor, dice el P. Rubio, que da unidad al conjunto es, en este caso, la pretensión agustiniana –que es primicia histórica– de ofertar un currículum académico que responda a todas las necesidades e inquietudes del hombre: desde las puramente científicas hasta las más profundamente religiosas. Todo ello a la luz de la fe y de la mano de la Sagrada Escritura”.[17]
El libro que hace el tema de nuestra charla y del que tomamos unas pautas pedagógicas es el De Catechizandis rudibus. En él encontramos testimonios muy valiosos, agudas observaciones y aplicaciones muy sabias. Catequesis para principiantes lo escribiría S. Agustín hacia el 405. (…)
3. Hombre agustiniano.- Entremos en el libro que nos ocupa. Agustín –y el hombre agustiniano– es buscador y amador. El método pedagógico y aun la suma de los saberes se apoyan en el trípode agustiniano de credere, intelligere, sapere. Creer para entender; entender para creer con más hondura, y alcanzar así la posesión gozosa de la verdad.
Desde estos pilares, con mucha sencillez y fina pedagogía, le va exponiendo a Deogracias su enseñanza. Muchas cosas parecen sabidas. Pero se necesita darles vigencia o ponerlas en circulación. Un caso práctico. La palabra ira, p. ej,. se dice de modo distinto en latín que en griego, pero la expresión de la persona airada no es latina ni griega. Si dices, iratus sum, solo te entenderán los latinos. Pero si la irritación enciende tu rostro y lo trasforma, todos se enterarán del grado de tu ira.[20]
Agustín señala que el gesto, el rostro, la voz, las palabras, todo contribuye, y a veces decisivamente, a la mayor comprensión, aunque no siempre puedan reflejar o exteriorizar la idea o intuiciones de nuestra mente. Al no conseguirlo, puede invadirnos el tedio y nuestro discurso languidece. Debe alentarnos el asunto y la intención. ¡No al desánimo! ¿Acaso estamos haciendo algo inútil? Los recursos sicológicos y hasta en la debida mesura, teatrales, son grandes elementos didácticos: intuición, locución, emoción, expresión; que entren en juego los sentidos; fides ex auditu, escribía San Pablo (Rom. 10, 17); como paráfrasis, diremos también: fides ex visu, esto es, el lenguaje visivo o, como decía un querido obispo de nuestra Sierra, “la pastoral visual”. El habla de hoy ha acuñado la fórmula “lenguaje interactivo”; ya S. Agustín convoca a las distintas potencias, pero las aglutina desde un arte profesional y las fundamenta en una raíz motivadora insustituible: la caritas: in caritate radicati et fundati (Ef. 3,17). La caridad, en su doble versión de amor a Dios y al prójimo, es como una facultad intelectual y actitud antropológica que nos dispone para oír a Dios.
A su discípulo Deogracias le dice que logre suscitar en sus catequizandos la atención y el interés. Poseer destreza y arte didácticos para arrancar el deseo por aprender y admirar, explorando y desarrollando esa capacidad del hombre por lo maravilloso, lo noble, lo grande, lo bello, hoy generalmente prostituido por los instrumentos masivos. El docente tiene la responsabilidad de crecer y hacer crecer en sus alumnos tales valores.
También por la repetición necesaria, no como refugio de la pereza, sino como oferta de generosidad y entrega sincera a todos.
Una forma de enseñanza es el fomento del diálogo. Nos parece hoy tan normal. Hasta el punto de que una de las preguntas evaluatorias del profesor, es preguntar a los alumnos si el profesor fomenta el diálogo en su clase. Con cariñosa invitación, ofreciendo la confianza contra la timidez, la caridad frente a la ignorancia, la libertad confiada y el respeto. Pero enseñando siempre, sin altivez, sin dejar puntos erróneos ni confusos. S. Agustín ya ejerce de distintas maneras métodos que luego intentan sistematizar los teóricos de la educación. Y aplica el método erotemático: así se va in-struyendo –es decir, construyendo por dentro– al alumno o catequizando. Y el método acroamático, esto es, la lectura, exposición u opinión del alumno, interrumpido oportunamente por las preguntas u observaciones del maestro. Y, por supuesto, los métodos catequético y dialógico.
Son como técnicas diversas que hacen descubrir el aprovechamiento, observar el ingenio. Y es aplicación natural del conocimiento de la persona que da una apreciación o evaluación más humana. También más objetiva. No poco aprendería aún la pedagogía actual, de estas lecciones y aprovechamiento sicológico y profesional, tanto para profesores como para alumnos.
La autoridad moral del profesor, su porte y el trato sereno y caritativo, harán no solo que la clase sea respetada y amable, sino provechosa. Lo mejor que tuviere la pedagogía de nuestro tiempo coincidirá con los valores del magisterio agustiniano.
Agustín con mejores recursos que el mismo Sócrates, quiere ante todo que el alumno aprenda su maieusis, su propia mayéutica, y por el conocimiento del profesor, la confianza captada por el alumno y el arte director del maestro, sea el alumno quien mayéuticamente vaya alumbrando la verdad. No siempre será posible alcanzar este parto natural, pero en aquellas cosas que previamente hay que aprender, es bueno encontrarles la relación de conveniencia para el mayor conocimiento universal. Le advierte a su discípulo que observando la reacción de sus oyentes descubrirá que sacan algún provecho de su discurso.
A Deogracias le quiere corregir su timidez y le advierte que, enseñe quien enseñe, hay siempre una gran distancia entre lo que enseñamos y las realidades divinas sobre las que hablamos. Y Agustín, desde arriba siempre, le aplica el texto paulino: Porque ¿quién no ve en esta vida sino en enigma y como en un espejo?[21]
4. Delectando discere.- Para evitar la monotonía o el aburrimiento, el maestro tiene que ejercer con alegría. Superando la materia, identificarse con el valor de la materia. Y aquí Agustín, hace de la hilaritas, toda una postura de filosofía cristiana. Cuanto más alegre esté el profesor, tanto más beneficiará como maestro a los alumnos. Debemos cuidar para que el catequista lo haga siempre con alegría, pues cuanto más contento muestre el expositor más grato será para el catequizando.[22] La hilaritas, es virtud que debe entregar a los alumnos, pero que tiene su motivación o fundamento en la caritas. Enseñar con alegría (…)[23] Hasta aporta el santo una razón a fortiori: “Si Dios ama a quien da con alegría la limosna material, con cuanta más razón amará al que da con alegría lo espiritual”.
Pero esta alegría tiene su oportunidad, y la da, misericordioso, a quien ordena ser generoso.[24] El texto se inspira en S. Pablo (2 Co 9, 7); Agustín lo aplica a toda actitud, ya sea religiosa, ya simplemente profana. La frase es cierta no solo por ser mandato, sino porque sicológicamente es saludable y reconfortante, y la experiencia nos dice que la alegría y el buen humor disponen tanto al alumno como al maestro a las mejores condiciones mentales y vitales: Se nos escucha con mayor agrado cuando nos recreamos en nuestro trabajo, porque el hilo de nuestro discurso vibra con nuestro gozo y fluye –facilius atque acceptius– hacia la persuasión.[25]
La alegría es una manifestación externa de la felicidad. Trasmitir que somos felices, que poseemos felicidad en el mensaje que damos, traslada igualmente nuestra alegría al discípulo. Fácilmente se llegará a la conclusión de que la enseñanza que se da con alegría verdadera al alumno, la acogerá también como verdadera, ya que ve el discípulo que al maestro le produce alegría y felicidad.[26]
Es más: Agustín piensa que muchas dificultades de la enseñanza se pueden superar con la alegría: la diferencia entre lo que pensamos y lo que decimos, la pereza que nos tienta, la rutina o la monotonía pueden llevarnos al hastío. Todo esto se puede superar con el entusiasmo (que también tiene que ver con la divinidad) y la alegría. Iovis, iuvenis, iovialis..., es decir, joven, jovial, tienen la misma raíz divina de Iovis, Júpiter, y bien vendrá recordarlo para caer en la cuenta de que enseñar con alegría o jovialidad, es un oficio –ministerium– religioso y cuasidivino. Será, tal vez por esto, y por vía consecuente, por lo que el gran Zubiri, más bien que profesor, se declaraba profeso de la filosofía.
Hay otros factores tanto en los alumnos como en el profesor, que pueden entorpecer la enseñanza. Sabemos cómo influyen sicológicamente las preocupaciones del profesor. Hay que invocar a Dios para que la enseñanza sea limpia y provechosa. Es ejemplar el oficio del payaso cómo hace reír y disfrutar, aunque él sienta la preocupación o la tensión interna.
5. Agustín clásico. - Cuánto convendría en nuestro tiempo contrastar esta exigencia y método, también en lo intelectual, con algunas prácticas superficiales y facilonas, que se contentan con un conocimiento meramente vulgar, y no se extiende ni profundiza en la densidad del contenido. Tengo in mente, de modo especial, la práctica supresión de las lenguas clásicas y todo su vasto mundo en los estudios filosófico-teológicos. No sé si como actitud, pero al menos como respuesta, se oye a veces: “Para qué más, ya vale con eso. Hoy no se pide más”. Falso. Creo poder afirmar que nuestros alumnos no saben más hoy, porque les damos menos que ayer. Agustín responde: –Estudia “Humanidades”. –¿Para qué? –Para que seas un “humano”. Es decir, un hombre digno en medio de los hombres.[29]
Cuando pensamos que el libro de Agustín está hecho para los accedentes, para principiantes en la fe que se apuntan para catecúmenos, no podemos menos de admirarnos.
(…)
Con amable habilidad de experto y sobre todo con intimidad de amigo, hace muy interesantes los remedios con que se debe atajar la aridez de la tristeza y la sensación de fracaso (10, 14, 6). Y habrá que volver reflexivamente al esfuerzo del amor, para también heroicamente sentirse a lo Pablo, enfermo con los enfermos para ganar a los enfermos: Factus est infirmis infirmus, ut infirmos lucrificaret (I Co 9,22).[40]
Tampoco faltará la advertencia metodológica trasmitida como segura desde la fe: Que Dios hablará en nosotros como deseamos, si aceptamos alegremente que Él hable por nosotros como podamos.[41]
Agustín buscará colocarse en actitudes aparentemente increíbles, pero pastoralmente imprescindibles. Y para que las cosas que decimos mil veces no nos aburran, recurramos al modo de ejercitarlas por el amor, –congruamus eis per fraternum, paternum maternumque amorem–; y así esas cosas que para nosotros resultan viejas y desabridas, por el amor fraterno, y paterno y materno se nos harán nuevas y deliciosas (12, 17, 1). No solo encuentra la frase genial; hilvana el ejemplo puntual con la estética verbal. Decir lo viejo en forma nueva y grata; y así en la novedad de los que aprenden nos renovemos los que enseñamos.[42]
(…)
6. Tarea de caridad.- Ordenar en rectitud nuestra vida para que sea eficaz y fructífera nuestra enseñanza. Parece mero consejo moral; no sería poco. Pero es, ante todo, método pedagógico y especialmente agustiniano. Y estar seguros –certa cognitio– de la certeza que les trasmitimos, y firmes –solida scientia– en la seguridad en que nos apoyamos Contamos con la certeza teórica de los principios; se requiere la firme convicción en ellos. Conociéndose a fondo y siendo honrado a cabalidad, Agustín, en otra de sus concisas expresiones, rezaba así: Non certior de Te, sed firmior in Te. Su certeza sobre Dios ya era suficiente; su firmeza en Él aún no era bastante.
Tener alumnos es fácil. Contar con discípulos es más difícil. Alumno –de alere– es el que se alimenta, el que va adquiriendo conocimientos de algunas ciencias; el discípulo es el que aprende, no solo la ciencia, sino el que trata de secundar las enseñanzas o actitudes filosóficas o morales del maestro. No seamos solo profesores de la asignatura que enseñamos; seamos maestros de los discípulos a quienes enseñamos; cultivar las potenciales virtudes de los que nos oyen, nos ven, y juzgan nuestras actitudes. Lo hizo el maestro Sócrates. En propósito agustiniano, es hacer comprensible la Palabra y la obra de Dios, por la Palabra inteligible que es Cristo. Lo que enseñas, enséñalo de tal modo que al que le hablas, oyéndote crea, creyendo espere y esperando ame (De cat. rud. 4, 8).
Que el ejemplo de Jesús incluso como postura filosófica, tiene más validez que la actitud de la escuela cínica o estoica: despreció los bienes terrenos para enseñarnos a despreciarlos, y soportó los males terrenos para enseñarnos a no buscar la felicidad en aquellos, y a no temer la infelicidad en estos.[46]
 (…)Los maestros, efectivamente, son como modelos que imitar, y esto mismo será enseñar.[51] Y otra vez: hombre de oración antes que de predicación: sit orator antequam dictor.[52] (…)O construimos un mundo humano y honrado, formando hombres virtuosos, o se los tragará el submundo que padecemos, el cada día más poblado bajo mundo, víctima del vicio y los agentes del mal.
Las voces más autorizadas han llamado a S. Agustín, “el primer hombre moderno”, por su innegable y decisivo influjo en los hombres de la modernidad. El gran agustinólogo, P. Capánaga, dice de S. Agustín que es igualmente “el hombre antimoderno”, porque diagnostica y cura muy graves enfermedades y extravíos, sobre todo, el despótico subjetivismo de nuestra época. [54]
Si el cultivo de la interioridad –in te ipsum redi– lo aproxima tanto al hombre moderno, supo y enseñó a trascender la subjetividad –transcende te ipsum– hacia el mundo objetivo, platónico, abierto a los esplendores de la verdad, y dar el salto a la Trascendencia y encontrar al Señor que nos hizo para Sí, donde por El, con Él y en Él alabaremos, cantaremos y amaremos.
Y este será el fin sin fin.
 

NOTAS
[1] Conf. BAC, II, p. 109.
[2] De octo Dulcitii quaestionibus; Resp. a las ocho preg. de Dulquicio, 3, 6; Ep. 157, 5. 41.
[3] Ep. 166, 4, 9.
[4] Conf. 14, 23.
[5]Studium sapientiae, Madrid, 1987. n. 147.
[6] De util. ieiun. 9, 11.
[7] In ps. 103, 2, 11.
[8] De cat. rud. 12, 17; Stud. Sap. n.145. Quia per amoris vinculum in quantum in illis sumus, in tantum et nobis nova fiunt quae vetera fuerunt.
[9] Ubi inveni veritatem, ibi inveni Deum meum (Conf. 10, 24, 35).
[10] De beata vita 4, 34.
[11] Contra Faust. 22, 27.
[12] Conf. 2, 3, 8.
[13] Ib.
[14] El don de la persev. 16, 40.
[15] Conf. 9, 6, 14
16] De doctr. christ. 1, 1, 1.
[17] Educación, estilo agustiniano. P. Pedro Rubio Bardón, OSA.
[18] Obr. compl. BAC, 39, , 428.
[19] Vita, XV.
[20] De Catech. Rud.: At si affectus excandescentis animi exeat in faciem vultumque faciat, omnes sentiunt qui intuentur iratum (2, 3, 5).
[21] Ib. (2, 3, 10).
[22] Ib.: Ut gaudens quisque catechizet (tanto enim suavior erit quanto magis id potuerit), ea cura máxima est (2, 4, 13).
[23] Ib. 2, 4, 12.
[24] De Catech rud. 2, 4, 14.
[25] Ib. 2, 3, 12.
[26] Ib.: Re quidem vera multo gratius auditur, cum et nos eodem opere delectamur: afficitur enim filum locutionis nostrae ipso nostro gaudio, et exit facilius atque acceptius. (D Catch rud, 2, 4, 12).
[27] Ib. (2, 12.
[28] De vera relig.12, 24: Reformata per Sapientiam non formatam, sed per quam formantur universa.
[29] De doctr. Christ. 11, 12.
[30] De catech. rud. : Quisque primo catechizatur ab eo qui scriptum est: In principio Deus creavit caelum et terram (3, 5, 1).
[31] Ib. 3, 6,4.
[32] Ib. 3,5,1; 6,10,4.
[33] Ib. Magna est enim miseria superbus homo, sed maior misericordia humilis Deus (4, 8, 11).
[34] Ib. 4, 8, 11.
[35] Ib.: Neque dormiens, sed evigilans moneretur, eum securius et tutius carpere voluisset (6, 10, 1).
[36] Ib. 6, 10, 4. 6.
[37] Ib. : Maximeque commendans in Scripturis canonicis admirandae altitudinis saluberrimam humilitatem (8, 12, 3).
[38] Conf. 1, 18, 28.
[39] De catech. rud.: Itaque forensis illa nonnumquam forte bona dictio, numquam tamen benedictio dici potest (9, 13, 5-6).
[40] Ib. 10, 14, 10.
[41] Ib. Ut loquatur nobis Deus quomodo volumus, si suscipiamus hilariter ut loquatur per nos quomodo possumus, (11,16, 9).
[42] Ib.: Per amoris vinculum in quantum in illis sumus, in tantum et nobis nova fiunt quae vetera fuerunt, (12, 17, 2).
[43] Ib.: Verius atque iucundius gaudere hominem de bona consciencia inter molestias, quam de mala inter delicias (16, 24, 12).
[44] Ib. Salvi facti sunt credendo quia veniet, sicut nos salvi efficimur credendo quia venit (17, 28, 10. 19, 33, 11-17).
[45] Ib.: Numquid ergo difficile est Deo... istam quantitatem corporis tui sicut erat, qui eam facere potuit sicut non erat? (24, 46, 3; Conf. 9, 11, 28).
[46] De cat. rud. 32, 40, 6.
[47] De util. ieiun. 9, 11.
[48] Ib. 9, 11.
[49] Ib.. 9, 11.
[50] Ib. 9, 11.
[51] De mus. 1,4, 6.
[52] De doctr. christ. 4, 15, 32
[53] De catech. rud. 11, 16.
[54] Cfr. Obr. Compl. I, BAC, 290, 291.

De la crisis de Roma Occidental al comienzo de la Edad Media.

De la crisis del Imperio Romano al comienzo de la Edad Media.       

La progresiva disolución del Imperio y la pérdida de autoridad del Emperador así como las invasiones germánicas dieron paso a una enorme crisis que conocemos como "del siglo III" y cuyos resultados fueron configurando las características políticas, económicas, sociales y de mentalidad de la Edad Media. repasemos ahora las principales condiciones de la crisis imperial en este sencillo gráfico:
  La división del Imperio en dos: Oriente con capital en Bizancio (llamada entonces Constantinopla) y Occidente con centro en Roma, se consolidó por el emperador Teodosio I (379-395), quien lo repartió entre sus dos hijos: Arcadio fue designado emperador de Oriente y Honorio de Occidente. Esto dio fin a la unidad y mientras el Imperio oriental daba marcha a un fortalecimiento de sus fronteras; Occidente caía presa de invasiones y de una inevitable tendencia a la división.
  Así, el fin del Imperio Romano en Occidente generó la fragmentación territorial y política en reinos, llamados Reinos Romano Germánicos, (Reinos Bárbaros si seguimos la expresión de los romanos) provocando también la ruralización de la vida y el retorno a las actividades agrícolas por sobre las del comercio. 
   Esta lenta transición fue resultado de la larga decadencia de Roma a partir del siglo III que, acentuada por las invasiones germánicas, dio por resultado la formación del temprano feudalismo y de nuevas formas de relación social. Sin embargo, la fragmentación política, territorial y económica tenía como contrapartida la unidad de la Fe. 

   De este modo se fue conformando la ALTA EDAD MEDIA, sintetizando tres grandes legados culturales: el grecolatino, el cristiano y el germano, tal como nos muestra la imagen:
Esta etapa en Occidente, estará culturalmente marcada por la labor central de los MONASTERIOS y la enorme influencia de la PATRÍSTICA como primera filosofía cristiana, en particular, de la filosofía de SAN AGUSTÍN de Hipona.



      En el Oriente Bizantino, la conservación del Derecho Romano, de la Filosofía Aristotélica confluyen en una cultura con fuertes rasgos helenísticos; que fue desplazando el latín para ceder lugar al griego. Este mundo bizantino o cristiandad oriental estuvo caracterizado por la vida urbana y el gusto por la ornamentación y el lujo. Las diferencias políticas y luego teológicas entre Bizancio y Occidente, sumada a la opresión del Islam sobre Oriente,  culminaron por crear una separación consumada en 1054, que creó la Iglesia Ortodoxa, separada de la Iglesia Católica Apostólica Romana. 

Hacia el siglo VIII nuevos invasores hicieron su irrupción tanto en el occidente cristiano como en el Imperio Bizantino: los musulmanes. La religión surgida de la doctrina de Mahoma dio a los pueblos árabes unidad y el propósito de expansión, que los condujo desde Arabia a la actual Turquía, presionando las fronteras del Imperio Bizantino; y por el Norte de África hacia Occidente, ingresando en 711 a la Península hispánica, donde crearon un califato que dominó el Sur de España y Portugal hasta el año 1492. 

De este modo, podemos señalar que la Alta Edad Media vio la formación y consolidación de tres grandes "mundos", culturalmente distintos, pero  centrados en la idea de una fe que les da coherencia: Occidente y Oriente cristianos; y los árabes musulmanes; dotando así de fuerzas a la nota central de la cosmovisión medieval: la centralidad de Dios como eje de la vida y de las reflexiones del hombre: el Teocentrismo.

La expansión de Bizancio y el Islam.



Así damos comienzo a la Edad Media. Dividimos a este período en tres etapas: la ALTA EDAD MEDIA entre los siglos V y XI; la PLENA EDAD MEDIA, entre los siglos XII y XIII y la BAJA EDAD MEDIA entre los siglos XIV y XV. 
 Para cerrar esta entrada revisemos la periodización del período y algunos procesos generales.















miércoles, 24 de mayo de 2017

Roma 7: "¡Están locos estos romanos!" Roma con humor.



La frase del título de esta entrada es una muletilla del célebre personaje Obelix de  las Aventuras de Asterix y Obelix, escrita por rené Goscinny y dibujada por Uderzo entre los años 60 y 70. Esta coleción de historietas dio la vuelta al mundo con su humor, parodiando a los romanos y los convirtió en víctimas de sus victimarios: los galos. 

Sus personajes principales: Asterix, el galo de baja estatura, astuto e inteligente, Obelix de noble corazón, su perrito Ideafix y cientos de personajes que les acompañan y cómo un personaje más: 
 la poción mágica que les da fuerza sobrehumana y les permite resistir ante la invasión de Roma. 
Si bien contiene transgresiones de época y de personajes, resulta todavía hoy una lectura grata y graciosa que describe con precisión la civilización romana, sus usos y costumbres y el significado de la romanización. 
También nos lega una imagen bastante real (aunque caricaturizada) de Julio César, aunque lo convierta de dictador en emperador (cosa que no fue), siempre
acechado por Bruto su hijo adoptivo que intenta matarlo de mil ridículos modos.
La colección de historietas de Asterix ha sido traducida a más de 500 idiomas y constituye parte del patrimonio cultural mundial. 
Se han  realizado cuatro películas animadas y tres, con actores de la talla de Alain Delón. 
La romanización en los episodios de "Asterix"

El papel del senado y su decadencia durante las guerras civiles, también aparecen en varias secuencias de la serie.

Combates y formaciones aparecen representadas.
En esta imagen, trata de reflejar en tono irónico los combates de las guerras civiles.
También existe un trabajo minucioso en la recreación de ciudades y parajes.

Si quieren conocer más: 
Si quieren reír vean la película "Asterix en los juegos olímpicos" contiene una magnífica recreación de la ciudad de Olimpia y una estupenda caracterización de César. 


sábado, 20 de mayo de 2017

ROMA 6: El siglo de Augusto

Cayo Julio César Augusto fue el primer emperador del Imperio Romano (27 a.C. - 14 d.C.). 
Fue adoptado por Julio César en 44 a.C., año de su asesinato, con el nombre de Octavio. Tras la muerte de Julio César y hasta convertirse en emperador se le conoció como Cayo Julio César Octaviano.

Presentación general del Principado de Augusto:
https://www.emaze.com/@AQWFZCRC/untitled?autoplay



ROMA 5: El asesinato de Julio César y el final de la República.

Recomendamos que escuches con atención esta entrevista del programa radial español "Luces en la oscuridad". 
Entrevistado:  Dr. José Manuel García Osuna y Rodriguez  Doctor en Historia y Médico. Académico correspondiente a la Real Academia de Medicina del Principado de Asturias.


Para atender: - ¿Cuáles fueron las razones de los conspiradores para el asesinato? ¿Quiénes eran los principales cabecillas de la conspiración? ¿Qué concepto tenían los romanos sobre la monarquía y por qué? ¿Lograron los conspiradores el objetivo de asesinar a César para restaurar la República? ¿Por qué?

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La muerte de Julio César en el cine.
La recreación en la literatura y el cine de la muerte de Julio César se ha fundado más que en las bases históricas, en las escenas de la obra de teatro de William Shakespeare "Julio César" (publicada en 1623). Sin embargo, una recreación acorde a las narraciones de los historiadores romanos (Plutarco, Suetonio, Tito Livio y Tácito) con rasgos más realistas podemos encontrarla en la miniserie Roma de la cadena HBO. Aunque no toda la miniserie mantiene fidelidad histórica, es destacable que sobre la muerte de César exista una búsqueda de verosimilitud histórica.



Podemos compararla con la misma escena pero la película de 1953, dirigida por Joseph L. Mankiewicz. 

Los Idus de Marzo (15/16 de marzo del año 44 a.C.) fecha en la que ocurrió el asesinato han quedado en la memoria de occidente y nutrido poemas, novelas, películas, series e historietas. 
En tono policial, el asesinato de Julio César aparece en la novela histórica más que recomendable de VALERIO MASSIMO MANFREDI: "Los Idus de marzo". (2013)
En ella el autor (que es, además, Dr. en Arqueología, Dr. en Filología y especialista en la Antiguedad Grecolatina) aborda los últimos ocho días de la vida del Dictador. 
Ocho días frenéticos surcados por profecías etruscas, conspiraciones, Cleopatra, Cicerón, Bruto, Calpurnia, Octavio y Antonio. 
Como bien señala la reseña de "Casa del Libro": Idus de marzo es también una carrera contra el tiempo, una conjura del escritor y sus lectores, esos entusiastas de imposibles, para salvar a Julio Cèsar, una trama conjunta para impedir el asesinato del hombre que es sinónimo de Roma, de historia, de guerra, de pasión y compasión, de inteligencia y de mito. Una paradójica resurrección del espíritu del héroe a través de la narración de su muerte."