Los monjes dieron a la Iglesia un
contingente de misioneros para la conversión de Europa. Pero no solamente
predicaban los evangelios, sino que rellenaban pantanos, fundaban escuelas,
experimentaban con nuevas técnicas agrícolas y construían monasterios
alrededor de los cuales crecían ciudades pequeñas como la de York o grandes
como la de París.
En los “scriptoriums” (el término
monástico equivalente a bibliotecas de investigación), escribieron copias
perdurables de los libros griegos y romanos, conservando esta herencia del
saber para todos nosotros. Hicieron todo esto convencidos de que el Espíritu
de Dios era la civilización del mundo. (…)
Eran microcosmos en los que los hombres
y mujeres allí reunidos se entregaban al trabajo y la oración. En un mundo
bárbaro, fueron los que preservaron la cultura clásica para los siglos
venideros. (…)
Personas que voluntariamente han abandonado
la sociedad para retirarse a meditar y orar en soledad, son los ermitaños y
anacoretas, con ellos comenzó la vida monacal. En algunos casos, prefirieron
agruparse en pequeñas comunidades en las que trataron de alcanzar estos
mismos objetivos; de esta manera surgieron los monasterios, pequeños
microcosmos autosuficientes, que se regían por sus propias reglas.
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Historia de la Cultura
Historia de la Cultura
domingo, 18 de junio de 2017
Los monasterios, constructores de civilización.(Introducción)
San Agustín, un hombre para su tiempo y para todos los tiempos.
SAN AGUSTÍN DE HIPONA (354-430)
Obispo,
brillante filósofo y maestro de retórica. Su vida apasionante, cruzó desde el
paganismo y la herejía hasta la conversión al cristianismo y la dedicación a
buscar la síntesis entre Fe y Razón que condujera al hombre hacia la Sabiduría,
pero por sobre todo, hacia la Verdad que en Dios encuentra su Fin último.
Consideremos
en su contexto: las invasiones de los bárbaros asolan el Imperio Romano y la
decadencia del mismo arrastra todo el orbe conocido. El cristianismo es
religión oficial del Imperio y existen tensiones entre los cristianos por
definir el dogma frente a las herejías. Así, la primera filosofía cristiana: la
Patrística, acepta la filosofía grecolatina y la depura, para sintetizarla con la Fe.
Para saber más sobre su vida y pensamiento:
Para deleitarse con una hermosa recreación de su vida y pensamiento:
“San Agustín” 2010 Dir. Christian Duguay.
Parte 1: https://youtu.be/Ye8RozKc3FE
Parte 2: https://youtu.be/QwofHOTPJwU
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Homilía del Amor. S. Agustín (fragmento film)
Ver Prezi: http://prezi.com/dgp95vq_lswp/?utm_campaign=share&utm_medium=copy&rc=ex0share
San Agustin by NataliaCalvo01 on Scribd
Ver Prezi: http://prezi.com/dgp95vq_lswp/?utm_campaign=share&utm_medium=copy&rc=ex0share
Texto de cátedra: San Agustín y la Patrística.
Por: Prof. Dra. Teresa Dabusti.
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https://prezi.com/dgp95vq_lswp/present/?auth_key=fz5r19h&follow=rwd8u08joacq&kw=present-dgp95vq_lswp&rc=ref-15514657
P. Donato Jiménez Sanz OAR
2004, “San Agustín de Hipona, profesor, maestro, pedagogo.” Lima.
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Muchos títulos con toda propiedad y mérito
le son aplicados a San Agustín por los más altos pensadores y los más hondos
sentidores de todos los tiempos. Igualmente, se le ha dado con todo mérito y
propiedad, también el de “primer pedagogo moderno”.[1]
Enseñar y aprender fue la actividad de su
vida. Aprender para enseñar, y enseñar para aprender. Plus amo discere quam docere: Quiero más aprender que enseñar, y
así lo confieso, escribe al distinguido tribuno Dulcicio.[2] A mí, me place
más oír al Maestro que ser oído como maestro.[3]
(…) 1. Principio pedagógico.- Un principio
pedagógico agustiniano es más la libera
curiositas que la meticulosa
necessitas.[4] Es decir, más la afición libre que la obligada exigencia.
Lo expresa S. Agustín por experiencia propia. Mas la educación –educere,
sacar de– es dura labranza que empeña frutos de verano, pero se hace con no
pequeños sacrificios de invierno y entrega perseverante. “Educar significa
sacar el corazón del formando de una situación de presente para llevarlo más
allá, hacia su futuro como persona y como miembro de una comunidad”.[5]
El tema es
la educación agustiniana y, completando el principio, se me ha propuesto como
lema, una entre los miles de bellísimas reglas del pensamiento de Agustín.
Resuene ya en los oídos de muchos, la cadenciosa y musical retórica
agustiniana: Nec attendas quam illi sis
molestus, sed quam tibi ille sit dilectus[6]. Dice al profesor: No te
importe cuán molesto puedas serle tú a él, sino cuán amable debe serte él a
ti.
Objetivo
inequívoco de Agustín fue formar personas. Y personas cristianas, razón
última de toda su antropología. Sus valores fueron los de la persona.
Empezando por la búsqueda de la verdad, estuviera donde estuviere: Veritas nec mea sit propria, nec tua, ut
et tua sit et mea [7]: La verdad no es mía ni tuya para que sea tuya y
mía.
“Los alumnos enseñan a través de sus
maestros lo que aprenden de ellos, y los maestros aprenden en aquellos lo
mismo que les enseñan. Por la identificación que confiere el afecto mutuo se
hacen nuevas en ambos las antiguas verdades trasmitidas”.[8]
El oficio
de maestro será trasmitir ciencia y sabiduría para llevar a la Sabiduría. “¿Y
qué debemos entender por sabiduría sino la Sabiduría de Dios?” ¿Y qué es la
sabiduría de Dios sino la Verdad? Donde encontré la verdad allí encontré la
verdad.[9] Y la verdad consiste en una suprema Medida –summum modum–. O, con
la multisecular palabra escolástica, sublimada, la adaequatio. Y siendo
suprema y perfecta, es también verdadera Medida. Medida y Verdad coinciden.
Quien por la verdad, pues, viniere a la suprema Medida, beatus est, ese es el
hombre feliz. Esto es poseer a Dios –Deum habere–. Y eso es gozar de Dios
–Deo frui– [10]. Porque Dios es la medida del hombre. Y nadie puede llenar al
hombre, sino el que creó al hombre.
Su
honradez como profesor le hace ser necesariamente honrado como pedagogo. En
la pedagogía de S. Agustín vale distinguir dos tiempos que se imbrican; en
uno acentúa la enseñanza humanista; en otro afirma sobre todo la formación
ascética. En ambos, lo decisivo es la conciencia moral, que ilumina nuestra
inteligencia y en esa luz nos hace conocer la Ley eterna. [11]
No
descuidará la cultura, ni la ciencia, ni la elocuencia ni la retórica para la
vida espiritual. Todo es puesto al servicio de la salvación. Lo intuyó
claramente Sta. Mónica para su hijo.[12] Lo ejerció admirablemente en toda su
obra S. Agustín.
Lo
decisivo es la formación de la voluntad. Para que los tiempos sean mejores,
formemos voluntades buenas. Nos sumus tempora;
quales sumus, talia sunt tempora. Serán los tiempos como los hagamos
nosotros. Utinam non abundarent mali,
et non abundarent mala: Si no abundaran los malos, no abundarían los
males. “Homines sunt voluntates” (Civ Dei XIV, 6), ha quedado como universal
máxima culta, en el sentido de que la voluntad y la disciplina son capaces de
lo que parece inalcanzable. O dicho como sentencia: Hacer puedo lo que
quiero, si quiero hacer lo que puedo (Ep. 10, 1). [13] No se imponga, pues,
la actitud fatalista, ni la simple ocurrencia; sino iluminar cualquier
circunstancia desde perspectiva inteligente y propósito responsable.
Cuanto más
capaz es uno de entender una cosa, tanto más apto es para enseñársela a los
demás.[14] Sentencia que ya profesaba Aristóteles: el poder enseñar es lo que
distingue al que sabe del que no sabe (Metaf. A 1).
El estudio
y el saber no pueden menos que conducir a la sabiduría de Dios. Los saberes
que no conducen a Dios, no solo desconocen la fuente, sino que no alcanzan su
meta. O sea: es saber muy poco, o es un pobre saber. (…)
2.
Enseñanza agustiniana.- La enseñanza y la pedagogía agustiniana está sembrada
a través del anchísimo campo de sus obras. Hay muchos estudios y muy valiosos
sobre los principios, método, pautas y aplicación de la rica pedagogía del
Hiponense. S. Agustín recogió lo mejor de la pedagogía griega y latina; y la
cristianizó al poner a Cristo como fundamento y culmen de toda enseñanza y de
todo aprendizaje de sabiduría.
En tres
obras se halla tratado principalmente el tema de la educación y la enseñanza.
La primera es el libro De Magistro, (c. 389) escrito, en Tagaste, al año o
poco más, de venir bautizado de Milán. Es un diálogo entre Agustín y su hijo
Adeodato. Este, con apenas quince años y su ingenio, aventajaba a muchos
varones doctos y graves: “Vos sabéis, confiesa Agustín ante Dios, que son
suyas todas aquellas sentencias que puse en su boca, cuando corría sus
dieciséis años”.[15]
La
enseñanza, dice en De Magistro, se realiza por el lenguaje que el maestro
trasmite al discípulo. ¿Pero se da esta trasmisión?
No
entramos aquí en la teoría tan influida de platonismo y desarrollada en De
Magistro sobre el aprendizaje. Si un alumno aprende la definición de una
idea, dice S. Agustín, es porque, de alguna forma, poseía en la mente la idea
propuesta. Si no, nada entendería. Por tanto la palabra en la enseñanza es
insuficiente. ¿Se puede enseñar? Sí, claro. ¿Aprender? Por supuesto. El
alumno aprende de las palabras, de los demás signos y de los gestos.
Pero de
modo principal, en virtud de una propiedad de la mente, por una intuición en
la que se manifiesta la Verdad. Comprendemos las cosas en nuestra
inteligencia, no por la voz exterior de quien nos habla, sino consultando
interiormente la voz que habla en nuestra mente. El maestro exterior es más
bien un ministro. El verdadero Maestro es Jesucristo.
Otro libro
es el De doctrina christiana (c. 397). Es una introducción a la Sda.
Escritura y una enseñanza de los modos de predicación sobre ella. Se trata de
encontrar un método –modus inveniendi– para saber lo que quiere decir; y
encontrar otro método –modus proferendi– para exponer lo entendido.[16] “El
hilo conductor, dice el P. Rubio, que da unidad al conjunto es, en este caso,
la pretensión agustiniana –que es primicia histórica– de ofertar un
currículum académico que responda a todas las necesidades e inquietudes del
hombre: desde las puramente científicas hasta las más profundamente
religiosas. Todo ello a la luz de la fe y de la mano de la Sagrada
Escritura”.[17]
El libro
que hace el tema de nuestra charla y del que tomamos unas pautas pedagógicas
es el De Catechizandis rudibus. En él encontramos testimonios muy valiosos,
agudas observaciones y aplicaciones muy sabias. Catequesis para principiantes
lo escribiría S. Agustín hacia el 405. (…)
3. Hombre
agustiniano.- Entremos en el libro que nos ocupa. Agustín –y el hombre
agustiniano– es buscador y amador. El método pedagógico y aun la suma de los
saberes se apoyan en el trípode agustiniano de credere, intelligere, sapere.
Creer para entender; entender para creer con más hondura, y alcanzar así la
posesión gozosa de la verdad.
Desde
estos pilares, con mucha sencillez y fina pedagogía, le va exponiendo a
Deogracias su enseñanza. Muchas cosas parecen sabidas. Pero se necesita darles
vigencia o ponerlas en circulación. Un caso práctico. La palabra ira, p. ej,.
se dice de modo distinto en latín que en griego, pero la expresión de la
persona airada no es latina ni griega. Si dices, iratus sum, solo te
entenderán los latinos. Pero si la irritación enciende tu rostro y lo
trasforma, todos se enterarán del grado de tu ira.[20]
Agustín
señala que el gesto, el rostro, la voz, las palabras, todo contribuye, y a
veces decisivamente, a la mayor comprensión, aunque no siempre puedan
reflejar o exteriorizar la idea o intuiciones de nuestra mente. Al no
conseguirlo, puede invadirnos el tedio y nuestro discurso languidece. Debe
alentarnos el asunto y la intención. ¡No al desánimo! ¿Acaso estamos haciendo
algo inútil? Los recursos sicológicos y hasta en la debida mesura, teatrales,
son grandes elementos didácticos: intuición, locución, emoción, expresión;
que entren en juego los sentidos; fides ex auditu, escribía San Pablo (Rom.
10, 17); como paráfrasis, diremos también: fides ex visu, esto es, el lenguaje
visivo o, como decía un querido obispo de nuestra Sierra, “la pastoral
visual”. El habla de hoy ha acuñado la fórmula “lenguaje interactivo”; ya S.
Agustín convoca a las distintas potencias, pero las aglutina desde un arte
profesional y las fundamenta en una raíz motivadora insustituible: la
caritas: in caritate radicati et fundati (Ef. 3,17). La caridad, en su doble
versión de amor a Dios y al prójimo, es como una facultad intelectual y
actitud antropológica que nos dispone para oír a Dios.
A su discípulo
Deogracias le dice que logre suscitar en sus catequizandos la atención y el
interés. Poseer destreza y arte didácticos para arrancar el deseo por
aprender y admirar, explorando y desarrollando esa capacidad del hombre por
lo maravilloso, lo noble, lo grande, lo bello, hoy generalmente prostituido
por los instrumentos masivos. El docente tiene la responsabilidad de crecer y
hacer crecer en sus alumnos tales valores.
También
por la repetición necesaria, no como refugio de la pereza, sino como oferta
de generosidad y entrega sincera a todos.
Una forma
de enseñanza es el fomento del diálogo. Nos parece hoy tan normal. Hasta el
punto de que una de las preguntas evaluatorias del profesor, es preguntar a
los alumnos si el profesor fomenta el diálogo en su clase. Con cariñosa
invitación, ofreciendo la confianza contra la timidez, la caridad frente a la
ignorancia, la libertad confiada y el respeto. Pero enseñando siempre, sin
altivez, sin dejar puntos erróneos ni confusos. S. Agustín ya ejerce de
distintas maneras métodos que luego intentan sistematizar los teóricos de la
educación. Y aplica el método erotemático: así se va in-struyendo –es decir,
construyendo por dentro– al alumno o catequizando. Y el método acroamático,
esto es, la lectura, exposición u opinión del alumno, interrumpido
oportunamente por las preguntas u observaciones del maestro. Y, por supuesto,
los métodos catequético y dialógico.
Son como
técnicas diversas que hacen descubrir el aprovechamiento, observar el
ingenio. Y es aplicación natural del conocimiento de la persona que da una
apreciación o evaluación más humana. También más objetiva. No poco aprendería
aún la pedagogía actual, de estas lecciones y aprovechamiento sicológico y
profesional, tanto para profesores como para alumnos.
La autoridad
moral del profesor, su porte y el trato sereno y caritativo, harán no solo
que la clase sea respetada y amable, sino provechosa. Lo mejor que tuviere la
pedagogía de nuestro tiempo coincidirá con los valores del magisterio
agustiniano.
Agustín
con mejores recursos que el mismo Sócrates, quiere ante todo que el alumno
aprenda su maieusis, su propia mayéutica, y por el conocimiento del profesor,
la confianza captada por el alumno y el arte director del maestro, sea el
alumno quien mayéuticamente vaya alumbrando la verdad. No siempre será
posible alcanzar este parto natural, pero en aquellas cosas que previamente
hay que aprender, es bueno encontrarles la relación de conveniencia para el
mayor conocimiento universal. Le advierte a su discípulo que observando la
reacción de sus oyentes descubrirá que sacan algún provecho de su discurso.
A
Deogracias le quiere corregir su timidez y le advierte que, enseñe quien
enseñe, hay siempre una gran distancia entre lo que enseñamos y las
realidades divinas sobre las que hablamos. Y Agustín, desde arriba siempre,
le aplica el texto paulino: Porque ¿quién no ve en esta vida sino en enigma y
como en un espejo?[21]
4.
Delectando discere.- Para evitar la monotonía o el aburrimiento, el maestro
tiene que ejercer con alegría. Superando la materia, identificarse con el
valor de la materia. Y aquí Agustín, hace de la hilaritas, toda una postura
de filosofía cristiana. Cuanto más alegre esté el profesor, tanto más
beneficiará como maestro a los alumnos. Debemos cuidar para que el catequista
lo haga siempre con alegría, pues cuanto más contento muestre el expositor
más grato será para el catequizando.[22] La hilaritas, es virtud que debe
entregar a los alumnos, pero que tiene su motivación o fundamento en la
caritas. Enseñar con alegría (…)[23] Hasta aporta el santo una razón a
fortiori: “Si Dios ama a quien da con alegría la limosna material, con cuanta
más razón amará al que da con alegría lo espiritual”.
Pero esta
alegría tiene su oportunidad, y la da, misericordioso, a quien ordena ser
generoso.[24] El texto se inspira en S. Pablo (2 Co 9, 7); Agustín lo aplica
a toda actitud, ya sea religiosa, ya simplemente profana. La frase es cierta
no solo por ser mandato, sino porque sicológicamente es saludable y
reconfortante, y la experiencia nos dice que la alegría y el buen humor
disponen tanto al alumno como al maestro a las mejores condiciones mentales y
vitales: Se nos escucha con mayor agrado cuando nos recreamos en nuestro
trabajo, porque el hilo de nuestro discurso vibra con nuestro gozo y fluye
–facilius atque acceptius– hacia la persuasión.[25]
La alegría
es una manifestación externa de la felicidad. Trasmitir que somos felices,
que poseemos felicidad en el mensaje que damos, traslada igualmente nuestra
alegría al discípulo. Fácilmente se llegará a la conclusión de que la
enseñanza que se da con alegría verdadera al alumno, la acogerá también como
verdadera, ya que ve el discípulo que al maestro le produce alegría y
felicidad.[26]
Es más:
Agustín piensa que muchas dificultades de la enseñanza se pueden superar con
la alegría: la diferencia entre lo que pensamos y lo que decimos, la pereza
que nos tienta, la rutina o la monotonía pueden llevarnos al hastío. Todo
esto se puede superar con el entusiasmo (que también tiene que ver con la
divinidad) y la alegría. Iovis, iuvenis, iovialis..., es decir, joven,
jovial, tienen la misma raíz divina de Iovis, Júpiter, y bien vendrá
recordarlo para caer en la cuenta de que enseñar con alegría o jovialidad, es
un oficio –ministerium– religioso y cuasidivino. Será, tal vez por esto, y
por vía consecuente, por lo que el gran Zubiri, más bien que profesor, se
declaraba profeso de la filosofía.
Hay otros
factores tanto en los alumnos como en el profesor, que pueden entorpecer la
enseñanza. Sabemos cómo influyen sicológicamente las preocupaciones del
profesor. Hay que invocar a Dios para que la enseñanza sea limpia y
provechosa. Es ejemplar el oficio del payaso cómo hace reír y disfrutar,
aunque él sienta la preocupación o la tensión interna.
5. Agustín
clásico. - Cuánto convendría en nuestro tiempo contrastar esta exigencia y
método, también en lo intelectual, con algunas prácticas superficiales y
facilonas, que se contentan con un conocimiento meramente vulgar, y no se
extiende ni profundiza en la densidad del contenido. Tengo in mente, de modo
especial, la práctica supresión de las lenguas clásicas y todo su vasto mundo
en los estudios filosófico-teológicos. No sé si como actitud, pero al menos
como respuesta, se oye a veces: “Para qué más, ya vale con eso. Hoy no se
pide más”. Falso. Creo poder afirmar que nuestros alumnos no saben más hoy,
porque les damos menos que ayer. Agustín responde: –Estudia “Humanidades”.
–¿Para qué? –Para que seas un “humano”. Es decir, un hombre digno en medio de
los hombres.[29]
Cuando
pensamos que el libro de Agustín está hecho para los accedentes, para
principiantes en la fe que se apuntan para catecúmenos, no podemos menos de
admirarnos.
(…)
Con amable
habilidad de experto y sobre todo con intimidad de amigo, hace muy
interesantes los remedios con que se debe atajar la aridez de la tristeza y
la sensación de fracaso (10, 14, 6). Y habrá que volver reflexivamente al
esfuerzo del amor, para también heroicamente sentirse a lo Pablo, enfermo con
los enfermos para ganar a los enfermos: Factus est infirmis infirmus, ut
infirmos lucrificaret (I Co 9,22).[40]
Tampoco
faltará la advertencia metodológica trasmitida como segura desde la fe: Que
Dios hablará en nosotros como deseamos, si aceptamos alegremente que Él hable
por nosotros como podamos.[41]
Agustín
buscará colocarse en actitudes aparentemente increíbles, pero pastoralmente
imprescindibles. Y para que las cosas que decimos mil veces no nos aburran,
recurramos al modo de ejercitarlas por el amor, –congruamus eis per
fraternum, paternum maternumque amorem–; y así esas cosas que para nosotros resultan
viejas y desabridas, por el amor fraterno, y paterno y materno se nos harán
nuevas y deliciosas (12, 17, 1). No solo encuentra la frase genial; hilvana
el ejemplo puntual con la estética verbal. Decir lo viejo en forma nueva y
grata; y así en la novedad de los que aprenden nos renovemos los que
enseñamos.[42]
(…)
6. Tarea
de caridad.- Ordenar en rectitud nuestra vida para que sea eficaz y
fructífera nuestra enseñanza. Parece mero consejo moral; no sería poco. Pero
es, ante todo, método pedagógico y especialmente agustiniano. Y estar seguros
–certa cognitio– de la certeza que les trasmitimos, y firmes –solida
scientia– en la seguridad en que nos apoyamos Contamos con la certeza teórica
de los principios; se requiere la firme convicción en ellos. Conociéndose a
fondo y siendo honrado a cabalidad, Agustín, en otra de sus concisas
expresiones, rezaba así: Non certior de Te, sed firmior in Te. Su certeza
sobre Dios ya era suficiente; su firmeza en Él aún no era bastante.
Tener
alumnos es fácil. Contar con discípulos es más difícil. Alumno –de alere– es
el que se alimenta, el que va adquiriendo conocimientos de algunas ciencias;
el discípulo es el que aprende, no solo la ciencia, sino el que trata de
secundar las enseñanzas o actitudes filosóficas o morales del maestro. No
seamos solo profesores de la asignatura que enseñamos; seamos maestros de los
discípulos a quienes enseñamos; cultivar las potenciales virtudes de los que
nos oyen, nos ven, y juzgan nuestras actitudes. Lo hizo el maestro Sócrates.
En propósito agustiniano, es hacer comprensible la Palabra y la obra de Dios,
por la Palabra inteligible que es Cristo. Lo que enseñas, enséñalo de tal
modo que al que le hablas, oyéndote crea, creyendo espere y esperando ame (De
cat. rud. 4, 8).
Que el
ejemplo de Jesús incluso como postura filosófica, tiene más validez que la
actitud de la escuela cínica o estoica: despreció los bienes terrenos para
enseñarnos a despreciarlos, y soportó los males terrenos para enseñarnos a no
buscar la felicidad en aquellos, y a no temer la infelicidad en estos.[46]
(…)Los maestros, efectivamente, son como
modelos que imitar, y esto mismo será enseñar.[51] Y otra vez: hombre de
oración antes que de predicación: sit orator antequam dictor.[52] (…)O
construimos un mundo humano y honrado, formando hombres virtuosos, o se los
tragará el submundo que padecemos, el cada día más poblado bajo mundo,
víctima del vicio y los agentes del mal.
Las voces
más autorizadas han llamado a S. Agustín, “el primer hombre moderno”, por su
innegable y decisivo influjo en los hombres de la modernidad. El gran
agustinólogo, P. Capánaga, dice de S. Agustín que es igualmente “el hombre
antimoderno”, porque diagnostica y cura muy graves enfermedades y extravíos,
sobre todo, el despótico subjetivismo de nuestra época. [54]
Si el
cultivo de la interioridad –in te ipsum redi– lo aproxima tanto al hombre
moderno, supo y enseñó a trascender la subjetividad –transcende te ipsum–
hacia el mundo objetivo, platónico, abierto a los esplendores de la verdad, y
dar el salto a la Trascendencia y encontrar al Señor que nos hizo para Sí,
donde por El, con Él y en Él alabaremos, cantaremos y amaremos.
Y este
será el fin sin fin.
NOTAS
[1] Conf.
BAC, II, p. 109.
[2] De octo
Dulcitii quaestionibus; Resp. a las ocho preg. de Dulquicio, 3, 6; Ep. 157,
5. 41.
[3] Ep. 166, 4, 9.
[4] Conf. 14, 23.
[5]Studium sapientiae, Madrid, 1987. n. 147.
[6] De util. ieiun. 9, 11.
[7] In ps. 103, 2, 11.
[8] De cat. rud. 12, 17; Stud. Sap. n.145. Quia per
amoris vinculum in quantum in illis sumus, in tantum et nobis nova fiunt quae
vetera fuerunt.
[9] Ubi
inveni veritatem, ibi inveni Deum meum (Conf. 10, 24, 35).
[10] De beata
vita 4, 34.
[11] Contra
Faust. 22, 27.
[12] Conf. 2,
3, 8.
[13] Ib.
[14] El don
de la persev. 16, 40.
[15] Conf. 9,
6, 14
16] De doctr.
christ. 1, 1, 1.
[17]
Educación, estilo agustiniano. P. Pedro Rubio Bardón, OSA.
[18] Obr.
compl. BAC, 39, , 428.
[19] Vita,
XV.
[20] De
Catech. Rud.: At si affectus excandescentis animi exeat in faciem vultumque
faciat, omnes sentiunt qui intuentur iratum (2, 3, 5).
[21] Ib. (2,
3, 10).
[22] Ib.: Ut
gaudens quisque catechizet (tanto enim suavior erit quanto magis id
potuerit), ea cura máxima est (2, 4, 13).
[23] Ib. 2,
4, 12.
[24] De
Catech rud. 2, 4, 14.
[25] Ib. 2,
3, 12.
[26] Ib.: Re
quidem vera multo gratius auditur, cum et nos eodem opere delectamur:
afficitur enim filum locutionis nostrae ipso nostro gaudio, et exit facilius
atque acceptius. (D Catch rud, 2, 4, 12).
[27] Ib. (2,
12.
[28] De vera
relig.12, 24: Reformata per Sapientiam non formatam, sed per quam formantur
universa.
[29] De
doctr. Christ. 11, 12.
[30] De
catech. rud. : Quisque primo catechizatur ab eo qui scriptum est: In
principio Deus creavit caelum et terram (3, 5, 1).
[31] Ib. 3,
6,4.
[32] Ib.
3,5,1; 6,10,4.
[33] Ib. Magna
est enim miseria superbus homo, sed maior misericordia humilis Deus (4, 8,
11).
[34] Ib. 4, 8, 11.
[35] Ib.: Neque dormiens, sed evigilans moneretur,
eum securius et tutius carpere voluisset (6, 10, 1).
[36] Ib. 6, 10, 4. 6.
[37] Ib. : Maximeque commendans in Scripturis
canonicis admirandae altitudinis saluberrimam humilitatem (8, 12, 3).
[38] Conf. 1, 18, 28.
[39] De catech. rud.: Itaque forensis illa
nonnumquam forte bona dictio, numquam tamen benedictio dici potest (9, 13,
5-6).
[40] Ib. 10, 14, 10.
[41] Ib. Ut loquatur nobis Deus quomodo volumus, si
suscipiamus hilariter ut loquatur per nos quomodo possumus, (11,16, 9).
[42] Ib.: Per amoris vinculum in quantum in illis
sumus, in tantum et nobis nova fiunt quae vetera fuerunt, (12, 17, 2).
[43] Ib.:
Verius atque iucundius gaudere hominem de bona consciencia inter molestias,
quam de mala inter delicias (16, 24, 12).
[44] Ib.
Salvi facti sunt credendo quia veniet, sicut nos salvi efficimur credendo
quia venit (17, 28, 10. 19, 33, 11-17).
[45] Ib.: Numquid ergo difficile est Deo... istam
quantitatem corporis tui sicut erat, qui eam facere potuit sicut non erat?
(24, 46, 3; Conf. 9, 11, 28).
[46] De cat.
rud. 32, 40, 6.
[47] De util.
ieiun. 9, 11.
[48] Ib. 9, 11.
[49] Ib.. 9,
11.
[50] Ib. 9,
11.
[51] De mus.
1,4, 6.
[52] De
doctr. christ. 4, 15, 32
[53] De
catech. rud. 11, 16.
[54] Cfr.
Obr. Compl. I, BAC, 290, 291.
|
De la crisis de Roma Occidental al comienzo de la Edad Media.
De la crisis del Imperio Romano al comienzo de la Edad Media.
La progresiva disolución del Imperio y la pérdida de autoridad del Emperador así como las invasiones germánicas dieron paso a una enorme crisis que conocemos como "del siglo III" y cuyos resultados fueron configurando las características políticas, económicas, sociales y de mentalidad de la Edad Media. repasemos ahora las principales condiciones de la crisis imperial en este sencillo gráfico:
La división del Imperio en dos: Oriente con capital en Bizancio (llamada entonces Constantinopla) y Occidente con centro en Roma, se consolidó por el emperador Teodosio I (379-395), quien lo repartió entre sus dos hijos: Arcadio fue designado emperador de Oriente y Honorio de Occidente. Esto dio fin a la unidad y mientras el Imperio oriental daba marcha a un fortalecimiento de sus fronteras; Occidente caía presa de invasiones y de una inevitable tendencia a la división.
Así, el fin del Imperio Romano en Occidente generó la fragmentación territorial y política en reinos, llamados Reinos Romano Germánicos, (Reinos Bárbaros si seguimos la expresión de los romanos) provocando también la ruralización de la vida y el retorno a las actividades agrícolas por sobre las del comercio.
Esta lenta transición fue resultado de la larga decadencia de Roma a partir del siglo III que, acentuada por las invasiones germánicas, dio por resultado la formación del temprano feudalismo y de nuevas formas de relación social. Sin embargo, la fragmentación política, territorial y económica tenía como contrapartida la unidad de la Fe.
De este modo se fue conformando la ALTA EDAD MEDIA, sintetizando tres grandes legados culturales: el grecolatino, el cristiano y el germano, tal como nos muestra la imagen:
Esta etapa en Occidente, estará culturalmente marcada por la labor central de los MONASTERIOS y la enorme influencia de la PATRÍSTICA como primera filosofía cristiana, en particular, de la filosofía de SAN AGUSTÍN de Hipona.
En el Oriente Bizantino, la conservación del Derecho Romano, de la Filosofía Aristotélica confluyen en una cultura con fuertes rasgos helenísticos; que fue desplazando el latín para ceder lugar al griego. Este mundo bizantino o cristiandad oriental estuvo caracterizado por la vida urbana y el gusto por la ornamentación y el lujo. Las diferencias políticas y luego teológicas entre Bizancio y Occidente, sumada a la opresión del Islam sobre Oriente, culminaron por crear una separación consumada en 1054, que creó la Iglesia Ortodoxa, separada de la Iglesia Católica Apostólica Romana.
Hacia el siglo VIII nuevos invasores hicieron su irrupción tanto en el occidente cristiano como en el Imperio Bizantino: los musulmanes. La religión surgida de la doctrina de Mahoma dio a los pueblos árabes unidad y el propósito de expansión, que los condujo desde Arabia a la actual Turquía, presionando las fronteras del Imperio Bizantino; y por el Norte de África hacia Occidente, ingresando en 711 a la Península hispánica, donde crearon un califato que dominó el Sur de España y Portugal hasta el año 1492.
De este modo, podemos señalar que la Alta Edad Media vio la formación y consolidación de tres grandes "mundos", culturalmente distintos, pero centrados en la idea de una fe que les da coherencia: Occidente y Oriente cristianos; y los árabes musulmanes; dotando así de fuerzas a la nota central de la cosmovisión medieval: la centralidad de Dios como eje de la vida y de las reflexiones del hombre: el Teocentrismo.
La expansión de Bizancio y el Islam.
Así damos comienzo a la Edad Media. Dividimos a este período en tres etapas: la ALTA EDAD MEDIA entre los siglos V y XI; la PLENA EDAD MEDIA, entre los siglos XII y XIII y la BAJA EDAD MEDIA entre los siglos XIV y XV.
Para cerrar esta entrada revisemos la periodización del período y algunos procesos generales.
miércoles, 24 de mayo de 2017
Roma 7: "¡Están locos estos romanos!" Roma con humor.
La frase del título de esta entrada es una muletilla del célebre personaje Obelix de las Aventuras de Asterix y Obelix, escrita por rené Goscinny y dibujada por Uderzo entre los años 60 y 70. Esta coleción de historietas dio la vuelta al mundo con su humor, parodiando a los romanos y los convirtió en víctimas de sus victimarios: los galos.
Sus personajes principales: Asterix, el galo de baja estatura, astuto e inteligente, Obelix de noble corazón, su perrito Ideafix y cientos de personajes que les acompañan y cómo un personaje más:
Si bien contiene transgresiones de época y de personajes, resulta todavía hoy una lectura grata y graciosa que describe con precisión la civilización romana, sus usos y costumbres y el significado de la romanización.
También nos lega una imagen bastante real (aunque caricaturizada) de Julio César, aunque lo convierta de dictador en emperador (cosa que no fue), siempre
acechado por Bruto su hijo adoptivo que intenta matarlo de mil ridículos modos.También nos lega una imagen bastante real (aunque caricaturizada) de Julio César, aunque lo convierta de dictador en emperador (cosa que no fue), siempre
La colección de historietas de Asterix ha sido traducida a más de 500 idiomas y constituye parte del patrimonio cultural mundial.
Se han realizado cuatro películas animadas y tres, con actores de la talla de Alain Delón.
La romanización en los episodios de "Asterix"
El papel del senado y su decadencia durante las guerras civiles, también aparecen en varias secuencias de la serie.
Combates y formaciones aparecen representadas.
En esta imagen, trata de reflejar en tono irónico los combates de las guerras civiles.
También existe un trabajo minucioso en la recreación de ciudades y parajes.
Si quieren conocer más:
Si quieren reír vean la película "Asterix en los juegos olímpicos" contiene una magnífica recreación de la ciudad de Olimpia y una estupenda caracterización de César.
sábado, 20 de mayo de 2017
ROMA 6: El siglo de Augusto
Cayo Julio César Augusto fue el primer emperador del Imperio Romano (27 a.C. - 14 d.C.).
Fue adoptado por Julio César en 44 a.C., año de su asesinato, con el nombre de Octavio. Tras la muerte de Julio César y hasta convertirse en emperador se le conoció como Cayo Julio César Octaviano.
Presentación general del Principado de Augusto:
https://www.emaze.com/@AQWFZCRC/untitled?autoplay
Fue adoptado por Julio César en 44 a.C., año de su asesinato, con el nombre de Octavio. Tras la muerte de Julio César y hasta convertirse en emperador se le conoció como Cayo Julio César Octaviano.
Presentación general del Principado de Augusto:
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ROMA 5: El asesinato de Julio César y el final de la República.
Recomendamos que escuches con atención esta entrevista del programa radial español "Luces en la oscuridad".
Entrevistado: Dr. José Manuel García Osuna y Rodriguez Doctor en Historia y Médico. Académico correspondiente a la Real Academia de Medicina del Principado de Asturias.
Para atender: - ¿Cuáles fueron las razones de los conspiradores para el asesinato? ¿Quiénes eran los principales cabecillas de la conspiración? ¿Qué concepto tenían los romanos sobre la monarquía y por qué? ¿Lograron los conspiradores el objetivo de asesinar a César para restaurar la República? ¿Por qué?
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La muerte de Julio César en el cine.
La recreación en la literatura y el cine de la muerte de Julio César se ha fundado más que en las bases históricas, en las escenas de la obra de teatro de William Shakespeare "Julio César" (publicada en 1623). Sin embargo, una recreación acorde a las narraciones de los historiadores romanos (Plutarco, Suetonio, Tito Livio y Tácito) con rasgos más realistas podemos encontrarla en la miniserie Roma de la cadena HBO. Aunque no toda la miniserie mantiene fidelidad histórica, es destacable que sobre la muerte de César exista una búsqueda de verosimilitud histórica.Podemos compararla con la misma escena pero la película de 1953, dirigida por Joseph L. Mankiewicz.
Los Idus de Marzo (15/16 de marzo del año 44 a.C.) fecha en la que ocurrió el asesinato han quedado en la memoria de occidente y nutrido poemas, novelas, películas, series e historietas.
En tono policial, el asesinato de Julio César aparece en la novela histórica más que recomendable de VALERIO MASSIMO MANFREDI: "Los Idus de marzo". (2013)
En ella el autor (que es, además, Dr. en Arqueología, Dr. en Filología y especialista en la Antiguedad Grecolatina) aborda los últimos ocho días de la vida del Dictador.
Ocho días frenéticos surcados por profecías etruscas, conspiraciones, Cleopatra, Cicerón, Bruto, Calpurnia, Octavio y Antonio.
Como bien señala la reseña de "Casa del Libro": " Idus de marzo es también una carrera contra el tiempo, una conjura del escritor y sus lectores, esos entusiastas de imposibles, para salvar a Julio Cèsar, una trama conjunta para impedir el asesinato del hombre que es sinónimo de Roma, de historia, de guerra, de pasión y compasión, de inteligencia y de mito. Una paradójica resurrección del espíritu del héroe a través de la narración de su muerte."
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